La expresión “delito de cuello blanco” apenas si era usada hasta que el criminólogo Edwin Sutherland comenzó a hacerlo. A finales de la década de 1930, prácticamente todas las incidencias de robo eran vinculadas a personas pobres.

En opinión de Sutherland, sus colegas sociólogos habían llegado a la conclusión de que la delincuencia era resultado de “trastornos mentales, desviaciones psicópatas, barrios bajos y familias ‘deterioradas’”; se creía que menos del dos por ciento de la delincuencia provenía de quienes integraban los altos niveles socioeconómicos.

Sin embargo, Sutherland creía que este panorama general era no solo sesgado, sino miope, ya que no tomaba en cuenta los robos perpetrados a simple vista. “Los ‘barones del robo’ de la última mitad del siglo XIX fueron criminales de cuello blanco”, dijo en 1939 a la multitud de la Sociedad Sociológica de Estados Unidos.

Hizo mención de una anécdota, cuando Commodore Cornelius Vanderbilt —quien fue el estadounidense más rico hasta su muerte en 1877— dejó entrever que su riqueza familiar era mal habida cuando dijo: “No suponen que es posible gestionar una ferrocarrilera acatando la ley, ¿o sí?”.

Según la gente que se mueve tanto dentro como fuera de la ley, gracias al internet y a los paraísos fiscales hoy resulta todavía más fácil para la delincuencia de cuello blanco pasar inadvertida. El efectivo se acumula en cuentas intocables en islas; los cheques corporativos se pueden falsificar y después depositar; el lavado de dinero adopta la forma de una tarjeta de débito prepagada; las operaciones fiduciarias con información privilegiada son solo una conversación acompañada de unos tragos.

Te sorprenderías al descubrir lo sencillo que es robar mientras se mantiene una fachada de respetabilidad.

Los cheques pueden ser herramientas útiles para cometer robo corporativo y lo que se conoce como robo de cuenta corriente. Para cometer estos tipos de fraude se requiere un entendimiento muy básico de la falsificación. Frank Abagnale, cuyas hazañas criminales inspiraron la película Atrápame si puedes, comenta que para robar a una empresa los mejores falsificadores “toman un logo corporativo y quizá la fachada del edificio, lo usan de fondo y pueden hacer un cheque que se vea diez veces mejor que el real”.

Después llaman a la empresa y piden hablar con alguien del departamento de cuentas por cobrar. Acto seguido, explican que quieren pagar una factura mediante una transferencia a la institución, y así se enteran de dónde efectúa esta sus transacciones bancarias, además del número de ruta y los números de cuenta. Agregan esa información al cheque falso.

Gracias al internet y a los paraísos fiscales hoy resulta todavía más fácil para la delincuencia de cuello blanco pasar inadvertida.

A continuación, encuentran a alguien dentro del área de comunicaciones corporativas que les entregue un comunicado de prensa, pues este usualmente incluye la firma del director general o de finanzas. Escanean el documento e imprimen la firma en el cheque. Salvo que el monto de este sea superior a 2000 dólares, lo más seguro es que no sea revisado.

“Ningún humano ve el cheque; pasa por un procesador de alta velocidad”, dice Abagnale. Durante los últimos cuarenta años, ha sido consultor de instituciones financieras y agencias gubernamentales estadounidenses para combatir fraudes. Según la Reserva Federal, en 2015 se falsificaron alrededor de 17.000 millones de cheques, con un valor aproximado de 27 billones de dólares.

Otra forma más común de usar los cheques de manera fraudulenta es apropiarse de una cuenta particular.

“Digamos que me diste un cheque por nueve dólares”, explica Abagnale. “Todo lo que haría es ir a checksinthemail.com, donde tienen todos y cada uno de los estilos de cheques que te puedas imaginar”. Los defraudadores pueden buscar el estilo que más se asemeje al cheque que les entregaron —por ejemplo, para copiar los árboles en el fondo— y después hacer un cheque a nombre de otra persona con la información bancaria de la víctima. Cuando el banco de la otra persona recibe esos cheques, los cargará a esa cuenta.

El estafador puede pagar la renta y sus tarjetas de crédito, o acudir a un lugar donde se cobran cheques en efectivo y salir de ahí con miles de dólares. “No es sino hasta meses después cuando alguien lo descubre”, indica Abagnale. “Y el banco es responsable de pagar a ambas partes incluso si el negocio presenta una denuncia dentro de los treinta días siguientes”.

Desde hace tiempo, los estafadores han ideado fraudes para presionar a los clientes ingenuos a comprar bienes, en especial de acciones que cuestan muy poco, con promesas de que les darán consejos espectaculares e información privilegiada. Hoy en día, el manual de la compraventa de valores inflados se aplica a la nueva frontera de las criptomonedas.

“Una de las cosas que estamos viendo en el ámbito de las monedas virtuales es la aplicación de estos viejos fraudes con una conducta nueva”, explica James McDonald, director de aplicación de la ley de la Comisión de Negociación de Futuros de Productos Básicos de Estados Unidos.

En el caso de la compraventa de valores inflados se necesita un mercado poco comercializado en el que sea fácil manipular las variaciones de precios y que estas sean desproporcionadamente grandes en comparación con lo poco que cuestan los activos.

“Si compro cientos de acciones de Apple, eso no va a mover el precio”, menciona McDonald. “Pero digamos que hay una nueva moneda; si compras cien monedas o acciones, esa operación podría ser el total de los movimientos de ese día. Si se estaba comercializando a diez centavos, eso podría triplicar o hacer subir más el precio”.

“Una de las cosas que estamos viendo en el ámbito de las monedas virtuales es la aplicación de estos viejos fraudes con una conducta nueva”. James McDonald, regulador experto en futuros

Los estafadores comienzan invirtiendo una enorme cantidad en una moneda relativamente poco conocida. Después diseminan información errónea en las redes sociales; afirman, por ejemplo, que un famoso inversionista como Warren Buffett está invirtiendo en la moneda.

Pueden publicar artículos falsos que señalen que se otorgó una línea de crédito de un banco o empresa como MasterCard, y después hacen circular vínculos a las noticias falsas en las redes sociales, lo que provoca que se corra el rumor en cuentas de Twitter conocidas por promover acciones.

Es riesgoso que las noticias sean demasiado atractivas. Un artículo que afirme que el presidente de la Reserva Federal está respaldando una moneda desconocida o que Estados Unidos va a usar una moneda específica no sería creíble.

Los defraudadores suelen cultivar una identidad cibernética en Twitter o Facebook que se da a conocer por especializarse en recomendar monedas o selecciones de valores; acto seguido, recomiendan el valor que quieren inflar y esperan a que sus seguidores lo compren. “Entonces tienes transacciones que corroboran la información falsa”, comenta McDonald. “Recibes los informes falsos, la moneda sube y después te parece creíble”.

Siguiendo de cerca el entusiasmo por la moneda, venden cuando les parece que llega a su punto máximo. Como tienen en su poder la mayor parte de la moneda, su precio se desplomará en cuanto vendan lo que poseen. “Esto puede ocurrir en cuestión de minutos”, afirma el experto.

La gente que quiere mantener su dinero lejos de la entidad que recauda impuestos lo llevará a otro país. Quienes son lo suficientemente ricos ni siquiera tienen que buscar ese paraíso fiscal: las oportunidades irán a ellos.

“Cuando tienes más de 20 millones de dólares, vas a comenzar a ser blanco de estas instituciones financieras. Te invitarán a eventos deportivos como el golf o a noches de gala”, dice Gabriel Zucman, profesor asistente de economía de la Universidad de California en Berkeley, y autor de La riqueza escondida de las naciones. “No te lo venden de manera agresiva, más bien te hablarán sobre inmunización fiscal y estrategias legales”.

El ocho por ciento de la riqueza financiera neta de un país se encuentra en cuentas extranjeras que no pagan impuestos.

Hasta la crisis financiera de 2008, según la investigación de Zucman, Suiza controlaba aproximadamente un 50 por ciento de las cuentas offshore o extraterritoriales que usaban los más ricos del mundo; hoy esa cifra es de casi 25 por ciento.

Ahora se almacena más riqueza en Asia: Singapur y Hong Kong albergan un 30 por ciento de las cuentas extranjeras en uso, mientras que el resto se encuentra en el Caribe, en Panamá y Europa.

Un abogado o asesor financiero usualmente es quien establece una empresa fantasma. “Hay intermediarios: bufetes que pueden conectar a la gente con los bancos y que proveen estas empresas fantasma anónimas”, explica Zucman.

Una vez que se establece la empresa fantasma, esta envía una factura por servicios ficticios, como asesoría en inversiones. Posteriormente, el pago de estos servicios va a la cuenta de banco extranjera vinculada a la empresa fantasma. El rastro documental resultante parece legítimo.

Zucman calcula que una cantidad equivalente al ocho por ciento de la riqueza financiera neta de un país se encuentra en cuentas extranjeras que no pagan impuestos; en 2016 fue de alrededor de 8,6 billones de dólares. “Hay bastante opacidad”, dice.

“Existe toda esta riqueza corresponde con un papeleo, y las autoridades no cuentan con una buena forma de penetrar ese velo de confidencialidad. Dependen de la buena voluntad de los banqueros, lo cual no es suficiente”.

Tener acceso al dinero en una cuenta extranjera es tan sencillo como usar una tarjeta de crédito de un banco extranjero o sacar un préstamo en Estados Unidos respaldado por los activos que se tienen en el extranjero. “No tienes que presentarte”, explica Zucman. “Se puede hacer remotamente”.

Los empleados de empresas que cotizan en la bolsa suelen poseer algo muy valioso para los inversionistas externos: conocimiento sobre los planes de sus empleadores más allá de lo que se dice en los boletines de prensa.

Quienes estén dispuestos a compartir esa información —y que quizá se benefician ilegalmente de ella— a fin de burlar al mercado de valores saben circular entre los diversos departamentos de la empresa, menciona Roomy Khan, una exanalista de Intel que fue a prisión por compartir información con Raj Rajaratnam, fundador multimillonario y exdirector del fondo de cobertura Galleon Group y de otros más.

“Siempre estaba tratando de conocer gente en el departamento de finanzas y la cadena de mercadotecnia de la empresa”, confiesa Khan. “En ventas saben cuáles son los valores contables; en mercadotecnia saben lo que la gente está buscando”.

Intel controlaba casi el 90 por ciento del mercado de computadoras personales de microchips cuando ella estaba ahí, por lo que la información que ella recabó para Rajaratnam le dio a este la capacidad de predecir las fortunas de Intel y de todo el mercado de las computadoras personales.

Los círculos sociales y profesionales se pueden usar para sacar información a cualquiera que esté dispuesto a compartir información secreta.

Si se trata de comprar o vender acciones con base en estas predicciones, las personas que trafican información privilegiada deben evitar acertar cada vez. Demasiadas transacciones inmediatas y extraordinarias, que además sean correctas, pueden levantar sospechas.

“El gobierno detecta a quienes trafican con información privilegiada”, explica Khan, que ahora da conferencias a empresas sobre los peligros de esta práctica. Las autoridades federales estadounidenses no son las únicas en busca de transacciones inusuales.

Las empresas pueden meterse en problemas si hay demasiadas fugas de información, y lo mismo sucede con los fondos de inversión si actúan a partir de esos datos, así que ambos tipos de empresas están al pendiente de posibles actividades sospechosas.

Los círculos sociales y profesionales se pueden usar para sacar información a cualquiera que esté dispuesto a compartir información secreta de productos o estrategias.

“Digamos que Samsung tiene problemas con sus baterías y si algún conocido mío comentó algo sobre los problemas, yo empezaría a sondearlo para saber más. Sé lo que el mercado está buscando”, comenta Khan. “Haría preguntas cada vez más detalladas”.

La manipulación es la clave para obtener información confidencial, pero quienes trafican información privilegiada tratan de ser amigables y de no levantar sospechas; la gente se deja persuadir más fácilmente si se le hace sentir poderosa, querida e incluida en los niveles superiores de la sociedad financiera. Khan comenta: “Yo usaba mi estilo de vida, mi éxito y todo eso que nos hace parecer exitosos”.

Los negocios ilegales buscan todas las formas posibles de volver a poner en circulación el efectivo que tienen. Lavar ese dinero sucio en Estados Unidos requiere que “estructuren” sus depósitos de dinero mal habido.

En ese país, los bancos deben informar sobre transacciones de 10.000 dólares o más en efectivo, de tal modo que sus depósitos tienen que ser inferiores a eso.

“Los delincuentes entienden que las leyes bancarias estadounidenses se han vuelto mucho más estrictas en los últimos años”, explica Adam Braverman, fiscal federal para el Distrito Sur de California. “Solían depositar 9999 dólares en diez o veinte bancos distintos. Ahora buscamos esas actividades sospechosas”.

Los que buscan dedicarse a lavar dinero tratan de evitar activar el software que los bancos usan para mantener controles contra el lavado de dinero al variar sus depósitos según cantidad, ubicación —geográfica y bancaria— e incluso el horario.

Se lavan hasta 1,6 billones de dólares al año en todo el mundo.

Las tarjetas de débito prepagadas ofrecen un método más anónimo (y que requiere menos trabajo) de poner a circular el dinero sucio en el sistema. “Una nueva forma en la que las organizaciones lavan dinero es comprando tarjetas de regalo o de débito que pueden revender y así transferir dinero fácilmente”, comenta Braverman.

Como cualquiera puede comprar dichas tarjetas en una farmacia, por ejemplo, son más difíciles de rastrear que los depósitos bancarios, que requieren cuentas. De todas formas, los compradores necesitan limitar sus depósitos en las tarjetas de débito a menos de 10.000 dólares.

Si los que lavan dinero quieren hacer las cosas a la antigua, pueden contrabandear efectivo entre fronteras. Lo mejor es sellar el dinero al vacío o empacarlo en plástico para reducir su volumen —un millón de dólares llega a requerir mucho espacio— y contratar a un mensajero para que lo transporte en morrales a un país con leyes bancarias más laxas. Una vez que el dinero está en alguna nación así, los dólares se pueden cambiar a la moneda local en una casa de cambio.

La ONU calcula que se lavan hasta 1,6 billones de dólares al año en todo el mundo. La cultura popular nos hace creer que los negocios en los que se maneja efectivo, como los clubes nocturnos con desnudistas, los lavados de autos y los casinos, son los mejores lugares para lavar dinero; la realidad es que lidiar con la carga de dirigir un negocio legítimo y realmente pagar impuestos es todo menos dinero fácil.