Casi todos conocemos la historia de «Jack el Destripador», un asesino serial que mató a mujeres de la vida galante en la Inglaterra del siglo 19.

Pero, ¿sabían que en México existió un personaje similar? se le conocía como «El Chalequero», un auténtico Jack el Destripador, mexicano.

Su nombre real era Francisco Guerrero, uno de los delincuentes más famosos de fines del siglo 19 y principios del siglo 20.

Era un vividor, padrote, violador y asesino de mujeres.  El cauce artificial del río Consulado, hoy parte del circuito interior de la Ciudad de México, fue el vertedero de los cuerpos y más restos de una decena de mujeres que perdieron la vida a manos de este hombre.

El apodo de «el chalequero», se debía a dos razones: la primera era porque gustaba de usar chalecos como prenda de vestir; la segunda, porque si una mujer se negaba a tener intimidad con él, entonces lo hacía «a chaleco», es decir a la fuerza.

Francisco era una persona vanidosa que se preocupaba mucho por su aspecto físico, siempre limpio, vistiendo elegante, de pantalones de casimir, sombreros anchos y por supuesto chalecos, muchos chalecos.

Su personalidad a primera vista era la de un caballero galante, lo que hacía que se ganara rápidamente la confianza de la gente.

Un gran número de mujeres que se dedicaban a los servicios de la noche lo mantenían, tenía su domicilio en la calle del Padre Lecuona, hoy conocida como República de Paraguay, irónicamente a unas cuantas calles de Palacio Nacional.

Se dice que tenía el oficio de zapatero, aunque obviamente no lo ejercía al ser mantenido por muchas damas de la vida alegre.

Cualquier cualidad que tuviese como hombre y supuesto caballero, se desvanecía al momento de cometer sus crímenes.

Después de acercarse a las mujeres de la vida galante que ofrecían sus servicios, de ganarse su confianza y tener intimidad con ellas, posteriormente acababa con sus vidas.

Los cuerpos los arrojaba a un río ubicado a los márgenes de la ciudad. A diferencia de «Jack el Destripador», cuya identidad era desconocida para las autoridades inglesas, Francisco «el chalequero» no ocultaba su identidad.

Todas las mujeres de la vida galante sabían de sus crímenes y la clase de persona que era, por eso intentaban evitar tener contacto con él, pero nadie se atrevía a denunciarlo por miedo a represalias.

Las autoridades parecían no querer encontrarlo porque Francisco actuó con total impunidad por 20 años.

En sus manos muchas damas perdieron la vida; oficialmente 17, pero extraoficialmente se dice que fueron más de 50.

Cabe señalar que a pesar de que las autoridades tenían conocimiento de la existencia de un asesino serial, pero le daban poca importancia por ser estos crímenes cometidos en zonas pobres y problemáticas de la ciudad.

Las autoridades no investigaban luego que la mayoría de las víctimas eran mujeres de la «vida galante» y la mayoría de la sociedad veía estos crímenes como «merecidos», pues consideraba a las víctimas como mujeres «pecadoras».

Finalmente sería un vecino valiente que, harto de los crímenes de «el chalequero», lo delató y los gendarmes pudieron aprenderlo mientras estaba en una pulquería.

En el año de 1888 se le condenaría a la pena de muerte, pero por razones desconocidas su sentencia fue conmutada a 20 años de prisión.

Pero solo 16 años después, en el año de 1904, sería puesto en libertad por «buena conducta».

Cuatro años más tarde en 1908, después de haber sido «rehabilitado» y «liberado», él «chalequero» volvió a cometer otro crimen. Esta vez la víctima sería una anciana la cual ni siquiera se dedicaba a dar servicios de noche.

 Tras su detención y al preguntarle por qué lo había hecho declaró: «De repente me cantó un pajarito, me acordé de un hedor muy malo que me molestaba mucho en San Juan y pues me dieron ganas de matar para sacar mi coraje».

En esa misma época en Europa, Cesare Lombroso Científico y Padre de la criminología moderna, sostenía la existencia de criminales natos, es decir de nacimiento, y culpaba de la delincuencia al atavismo.

En este estudio postulaba que la maldad podía ser hereditaria, afirmando que podía manifestarse en estigmas anatómicos, fisiológicos y mentales preexistentes.

En México el Español y naturalizado mexicano, Carlos Rougmagnac fundador de la Criminología en México, entrevistó al «Chalequero» cuando la policía lo tapó.

Su diagnóstico coincidía con la tesis de Lombroso; en esta entrevista Francisco dijo que tenía derecho de haber cometido estos crímenes, porque a las mujeres a las que les quitó la vida eran pecadoras.

Carlos Rougmagnac concluiría en su informe: «los signos degenerativos que el procesado presenta son dos: físicos, implantación de los dientes de la mandíbula inferior, desproporción y desarrollo de las manos, ligero prognatismo superior», es decir, su mandíbula hacia delante, similar a la de un simio, así como frente deprimida».

«Los psíquicos: disminución marcada del sentido moral, debilitamiento de la voluntad y violencia de carácter, es, por tanto, un degenerado inmoral, violento».

Tras este funesto último crimen, fue confinado en la cárcel de Lecumberri, donde nuevamente se le dictó sentencia de muerte.

Sin embargo, «el Chalequero» tendría la última palabra, pues sufriría de una embolia que derivaría en una neumonía que le causaría la muerte dos años después, mientras aún esperaba que se cumpliera su sentencia.

Cabe señalar que eso es lo que dice el dictamen oficial, aunque por ahí se afirma que «El Chalequero» se «tropezó» varias veces con un palo en la cabeza, mientras estaba descansando.

Finalmente fallecería en la comodidad y calor de una cobija de una cama del Hospital Juárez a la edad de 70 años.

En este caso no hubo acción humana que pudiera hacer justicia a las víctimas, pero estamos seguros que una justicia invisible y más implacable se haya hecho presente al momento de su muerte.

La triste y terrible historia de «el chalequero», nos hace preguntarnos: ¿Qué hace que una persona sea mala, se nace predispuesto a la maldad o ésta se forma con el paso del tiempo y las experiencias de la vida?

En una persona sana los dos lados, la bondad y la maldad coexisten en un equilibrio consciente, siendo éste consciente el que le poner riendas y un límite al aspecto negativo.

En una persona enferma mental, el aspecto negativo no tiene control, no hay empatía, no hay compasión, remordimiento, ni miedo.

Esta clase de personas enfermas por lo general son creados debido al medio ambiente en el cual crecieron.

Observemos a un bebé recién nacido, los felices e inocentes que son. A medida que este pequeño crece, su inocencia comienza a desvanecerse, ¿Por qué? Por su entorno, por situaciones, por condicionamiento o lavado de cerebro de ideas o conceptos erróneos.

Los seres humanos somos las únicas criaturas vivientes en este planeta que podemos ser condicionados conscientemente al bien o al mal.

Según distintos datos estadísticos, se dice que entre el 80 y 85 % de los problemas del planeta son causados entre el 15 y 20 % de su población.

En base a mi experiencia en un mundo y tiempo diferentes a este, puedo decirles que la estadística es verdad.

El 80% de la población busca la paz y armonía con ellos mismos, así como sus vecinos, sin importar raza o religión. Mientras un 15 y 20 % que son personas que no importa lo que se haga con ellas, siempre tenderán a gravitar al mal y a causar problemas con los demás.

Es como si en estas personas estuviera marcado desde el alma el tender hacia la maldad, es esta clase de personas la que para mala fortuna no pueden estar libres en la sociedad por ser un peligro para la misma.

Esto no significa que estén perdidas, es muy común que desde nuestra infancia de pensar que tal o cual grupo son malos o son nuestros enemigos y a medida que crecemos y nos exponemos a nuevos entornos e ideas, así como personas, esa manera de pensar cambia.

Así que, por supuesto, nuestra infancia y exposición al medio ambiente nos transforma, ya sea para bien o para mal.

A veces escogemos el mal, no porque éste sea malo, sino porque lo confundimos con aquello que creemos nos hará felices.

En nosotros, en el más puro y en el más impuro, hay maldad y bondad por igual, hay genios altruistas en todos nosotros, pero también hay sádicos malvados que habitan en nuestro interior.

Es la capacidad de diferenciar y equilibrar el uno del otro lo que nos hace humanos y nos acerca más a la luz.

Nosotros, los habitantes de este mundo somos maravillosos, podemos estar a la altura de los ángeles o ser tan malévolos como los más siniestros demonios.

El mal solo aparece en la mente de quien lo crea, las sombras surgen de los miedos de aquellos que no han tenido la oportunidad de conocer otra cosa.

Por ello, quienes hoy tienen a su cargo hijos o colaboran con niños y niñas, tienen una gran responsabilidad: el mundo, el futuro del bien, está en sus manos.

Quizá no podamos heredar a nuestros hijos grandes fortunas materiales o enviarles a las mejores universidades, pero si somos capaces de enseñarles a planear mientras otros conspiran, a construir mientras otros destruyen, a amar mientras otros odian, entonces les habremos dado la mejor herencia de todas y qué esa es: humanidad.

CCB