El ser humano es esencialmente un ser social. Su existencia resulta de la multiplicidad de relaciones con sus semejantes. En principio, le permiten la vida y, luego, la creación de sus diversos medios para vivir.

Así, pueden distinguirse relaciones fundamentales y básicas, hasta aquellas tan complejas que sólo pueden detectarse por la abstracción científica; sus movimientos y transformaciones reales pueden percibirse mediante la lógica dialéctica.

Esa complejidad de relaciones sociales cultiva en la mente humana su expresión inmaterial, en idea (ideología) y también se vuelve idea su necesaria transformación. Como la relación social básica es de poseedores y desposeídos, su expresión ideológica se corresponde al papel que juega en esa relación social. Pero hay excepciones que empujan a cambios.

El poseedor de bienes de producción y de sobrevivencia tiene el poder material (poder económico) para empujar otro tipo de relaciones adicionales y complementarias que reproduzca y prolongue la existencia de la relación principal.

Sobre esas relaciones se levanta el andamiaje jurídico, ideológico, político y cultural visible de la sociedad, la carrocería que corresponde al chasís. En la sociedad, como totalidad concreta, hay una gran complejidad de relaciones, contradicciones e interinfluencias que no permiten ver, de buenas a primeras, la justa correspondencia e interacción entre apariencia y esencia, entre forma y contenido.

Como los poseedores de lo material dominan la relación social básica, asumen el rumbo que gesta el resto de las relaciones que se expresan en forma de Estado (el Estado es, en última instancia, una relación social expresada de manera superestructural), administración de la riqueza social, ideología jurídica con la que regulan, justifican y preservan el orden de esas relaciones que irradian todas las esferas de la sociedad como religión, medios masivos de comunicación, educación, cultura, política, moral, comportamiento familiar, etc.

Por eso, con justa razón, se ha sostenido que la ideología dominante es la de la clase dominante, pues si el productor directo es separado de los medios con que produce y también de una parte de su producción, nada extraño tiene que su ideología esté en correspondencia con ello.

Es decir, el desposeído de lo material también es desposeído, como clase social, de una ideología que lo identifique luchando por transformar esa relación de desigualdad social. En el momento que el asalariado enajena su trabajo al capital, en ese momento enajena su ideología, porque acepta someterse a tal relación de desigualdad y explotación.

Aunque el tema da para mucho, recortemos el camino: 

En nuestros días las relaciones sociales se han internacionalizado. A la de poseedores y desposeídos se adhiere la relación entre naciones desarrolladas y subdesarrolladas, las primeras terminan por subordinar a las segundas. En eso consiste el imperialismo.

Así como el poseedor explota al desposeído, el desarrollo absorbe riqueza del subdesarrollo, de donde el desposeído del subdesarrollo es doblemente explotado. Ahora la ideología dominante es la del imperio.

El neoliberalismo es el modelo que mejor subordina y explota al subdesarrollo. De él brota el discurso de retirar la rectoría económica del Estado para que el mercado globalizado imponga el rumbo. El Estado se reduce a administrar y emitir leyes que faciliten y apoyen la inversión privada nacional y extranjera.

Ese modelo exige que los bienes sociales sean privatizados. Emerge la ideología política y jurídica de las reformas estructurales privatizadoras, a la que se suma parte de la intelectualidad y los monopolios de la comunicación. Los obstáculos son dominados con un nuevo orden jurídico, el soborno y la corrupción.

Durante el neoliberalismo, a las relaciones de poseedores y desposeídos, desarrollo y subdesarrollo; desde la política, se suman relaciones sociales complementarias en actividades ilícitas y de corrupción que contribuyen a la acumulación y concentración del capital imperial que, sumadas a las del narcotráfico, estructuran al crimen organizado. El conjunto de ello es causante estructural del clima de inseguridad en México.

Así expuesto, no resulta difícil entender que empresarios, políticos, intelectuales y comunicadores corruptos nacionales y extranjeros ataquen el proceso de transformación nacional, usando como pretexto el clima de inseguridad, de la que son factores causantes, porque lo provocan y alientan con sus relaciones en actividades ilícitas.

Ejemplos de cuello blanco como Murillo Karam, Rosario Robles, Emilio Lozoya, Ricardo Anaya, “Alito” Moreno, Cabeza de Vaca, César Duarte, López Dóriga, Javier Duarte, Roberto Madrazo, Silvano Aureoles, Loret de Mola, Los Moreira, García Luna, los gobernadores de Jalisco, Nuevo León y Guanajuato y muchos otros, son criaturas criminales que, además de sus fechorías, sirven a la gran empresa extranjera imperial con el discurso ideológico que ataca la transformación y  justifican la política neoliberal.

Desmontar tan enorme y pesada construcción criminal se puede con un proceso de transformación que derrumbe la estructura neoliberal, desarme el discurso ideológico que la justifica y encamine al país a superar el subdesarrollo y la dependencia.