Joe Valachi no era ningún santo. Como ‘soldado’ de la familia Genovese, una de las organizaciones criminales más poderosas de Nueva York, cosechó dieciocho arrestos, causó cinco muertos y acabó condenado a cadena perpetua.
Sin embargo, en octubre de 1963 apareció en las pantallas de televisión de todo EE.UU., como un buen chico, casi arrepentido, un soldado insubordinado que, sin dejar un instante de fumar, reveló los secretos más oscuros de la Mafia en el célebre comité del Congreso sobre crimen organizado.
En un artículo en Blanco y Negro, repleto de imágenes, el corresponsal en Nueva York Enrique Meneses analizó las consecuencias históricas de las palabras de este confidente que descubrió, por primera vez, la historia completa de la Cosa Nostra en EE.UU, de Lucky Luiciano a Frank Costello. Lo hizo, a pesar de colocar una diana sobre su cabeza, no por remordimiento, sino porque le parecía insignificante la cantidad de dinero que recibían los soldados como él por hacerle el trabajo sucio a los grandes capos.
Según Valachi, la organización de unos 450 miembros estaba constituida por familias, cada una de ellas bajo el mando de un «capo». Cada «capo» gozaba de un «caporegima», un teniente encargado de mandar la «regima» o equipo compuesto de «soldados». Las ganancias del «gangster» eran, en sus datos, 150.000 dólares anuales para los de segunda clase, y mucho más para los jefes supremos.
« Joe Valachi, mientras habla de crímenes, chantajes, palizas, mutilaciones y robos, presenta el rostro de un hombre de negocios de sesenta años, seguro de sí mismo, cuadrado dentro de un traje de corte impecable», escribió sobre el ‘soldado’ el cronista de Blanco y Negro.
Miembro de la Cosa Nostra desde 1930, cuando abandonó la escuela a los 15 años, el italoamericano estuvo bajo las órdenes de históricos mafiosos como Vito Genovese o Frank Costello, una figura casi tan legendaria como la de Al Capone, realizando labores tales como el trapicheo de drogas, «protección» de bares y casinos a un módico precio y la liquidación de personajes molestos para la organización. Precisamente Genovese fue quien puso un precio de 100.000 dólares a la cabeza de Valachi:
«—Si la justicia me dejase libre en la calle, no viviría más de media hora. Y es que la Cosa Nostra no perdona a los que hablan o representan un peligro para la organización».
Su primera condena a muerte, sin embargo, era anterior a su comparecencia pública. En el Penal Federal de Atlanta (Georgia), cuando compartía la celda común (donde se encontraba por tráfico de narcóticos) con Genovese y Aguechi un día recibió un extraño gesto de afecto:
«—Genovese me dio el beso de la muerte en un carrillo. Yo le di otro en el mismo sitio—explica Valachi.
—¿Qué significado tiene esto? –pregunta el senador McClellan.
—Que la Cosa Nostra me condenaba a muerte porque no confiaba en mí. Yo devolví el beso para que Genovese supiese que había comprendido perfectamente el significado del acto. Entonces pedí al penal que me aislasen en una celda, pues temía por mi vida. Después de cinco días no pude aguantar más y renuncié al aislamiento. Sabía que Aguechi iba a matarme por orden de Genovese. Vilo Aguechi me llamó ‘rata’ y otros insultos para provocarme. Se encontraba con ‘Gatillo’ Cappola y Johnny Dioguarda, dos jefes de La Cosa Nostra. Yo hice como que no había entendido lo que me decía, pues sabía que el menor gesto me iba a costar la vida. Viví unos días más sobre un volcán, sin poder dormir y hasta sin poder ducharme, pues el encargado de las duchas, Johnny Dio, iba a matarme mientras estuviese bajo el agua».
El mafioso amenazado de muerte paseaba un día por el patio cerca de unas obras cuando creyó que uno de los presos le iba a atacar. Joe Valachi agarró un tubo de plomo de una cañería y mató a golpes al preso, que no tenía nada que ver con el asunto. Veinte años de cárcel recayeron sobre Valachi y, con ellos, la presión de la justicia para que hablara.
El testimonio del mafioso alumbró finalmente treinta años de crimen organizado y, aunque los Genovese, los Gambino y los Stroilo siguieron viviendo tranquilamente en lujosas mansiones de Long Island, en las afueras de Nueva York, protegidos detrás de los mejores abogados del país y de negocios en apariencia legales, la comisión del Congreso fue el primer paso hacia su final. Nada volvió a ser igual.
En 1966, Valachi intentó ahorcarse en su celda de la prisión con un cable eléctrico. Sobrevió al suicidio y también a los sicarios de la Mafia. Murió de un ataque al corazón en 1971.
CCB