A finales de 1930, el sociólogo norteamericano Edwin Sutherland caracterizó a los delincuentes de cuello blanco como aquellas personas que ostentan poder económico, político y social, y se localizan en una posición de privilegio en la sociedad o de confianza en el orden institucional, para obtener ganancia personal u organizativa.
Según el autor citado, los delitos de cuello blanco son los más influyentes del siglo XX. Sin embargo, para buena parte de la población, la inseguridad es, por lo general, aquella que protagoniza la delincuencia común (crímenes y asesinatos).
A pesar de que en los últimos tiempos, los delitos de cuelloblanco, causados por personajes políticos (expresidentes, vicepresidentes, ministros y altos funcionarios) y empresarios han llegado a formar parte de la cotidianidad social, la ciudadanía no suele vincularlos con la inseguridad.
Resulta paradójica la escasa importancia que la población le ha asignado a la delincuencia de cuello blanco, cuando hechos de esta naturaleza han sido motivo de sistemáticas indagaciones realizadas por comunicadores o investigaciones fiscales y judiciales publicadas por los medios de comunicación.
Casi a diario, los medios de comunicación destinan un espacio importante para referirse al cometimiento de múltiples y diversos delitos de corrupción, con propósitos de estafar al erario público, cometidos por delincuentes de cuello blanco, ya sea mediante soborno, peculado, concusión, falsificación de documentos, sobreprecios, comisiones, tráfico de influencias, evasión de impuestos.
La corrupción se ha normalizado. La sociedad ecuatoriana se enfrenta a un nuevo tipo de criminalidad, que no encaja en las tradicionales categorías de la criminología. Delitos “económicos”, “financieros” e “institucionales” se han convertido en un fenómeno de magnitud inimaginable, que ha conseguido penetrar la cultura de buena parte de la población.
Cómo se presentan Los delincuentes de cuello blanco muestran una vida “exitosa”, un tipo de consumo propio de personas de poder, de prestigio social. Usan la misma marca de trajes, perfumes y corbatas que utilizan los círculos de poder.
Adoptan ciertos aires de suficiencia y seguridad a la hora de poner la sonrisa y modular la expresión. No vacilan en participar en programas de televisión financiados o auspiciados por sus empresas.
No obstante, cuando han sido “víctimas” de robo, expresan un enérgico llamado de atención frente a la inacción de la policia. La sociedad suele identificarlos con el tipo ideal de persona exitosa en la actividad empresarial pública o privada, amparados por su fortuna.
No faltan quienes piensan que se trata de personas que saben aprovechar las oportunidades que se presentan para conseguir mayor poder o riqueza; en esa línea, la población puede llegar a justificar el cometimiento de estas ilegalidades al caracterizar a los delincuentes de cuello blanco como personas competitivas y audaces.
Se valora la astucia, la imaginación, destreza y habilidades de esos poderosos personajes. Las extravagancias técnicas en la ejecución del delito suelen suscitar admiración social. El tratamiento mediático de la criminalidad de cuello blanco puede ser trivial e indulgente cuando parte del principio según el cual este tipo de actosdelictivos no representan una amenaza al orden social. Este enfoque respecto de la delincuencia de cuello blanco propicia no solo la indiferencia dela sociedad sino de los mismos delincuentes.
Esta ambigüedad moral no se ajusta al estereotipo social del delincuente común. En este sentido, sorprende la desproporción entre el trato a los delitos comunes y, en especial, a los crímenes monstruosos frente a los delitos de cuello blanco. Entre las características destacables de este tipo de delitos está la ausencia de violencia física. De ahí su calificación como delitos no sangrientos y, por tanto, de menor impacto en la percepción ciudadana en relación con aquellos delitos con consecuencias sangrientas.
Es notoria la baja visibilización de los delitos de cuello blanco y de quienes los cometen. Ello puede explicarse por su complejidad y en la medida que sus efectos se difuminan en un período más largo de tiempo. Estos delincuentes muestran poca culpa. Sus conciencias han llegado a identificarse con el ideal común del negocio de éxito a cualquier precio. Obsesionados por la necesidad de poder económico, este tipo de delincuentes se crean fantasmas de omnipotencia y riqueza. Son incapaces de distinguir la realidad.
Con base en una estructura de carácter narcisista, se configura insidiosamente una dicotomía entre el juicio práctico y los sueños de conquista. Así, la transición desde una manipulación exitosa al fraude se produce sin obstáculos.
La impunidad Es posible que la frecuencia con la que la Fiscalía y los medios presentan este tipo de delitos y de delincuentes explique la normalización o naturalización de estos delitos así como su legitimación. La escasa o nula información, especialmente estadística, sobre este tipo de criminalidad refuerza la impunidad o la aplicación de sanciones administrativas o económicas leves o preferenciales, en la medida que no son considerados delincuentes por el público ni por los criminólogos.
Aunque los delincuentes de cuello blanco están al corriente de la ilegalidad de sus actos, no se consideran “criminales”; al contrario, muestran poca o ninguna conciencia de culpa por la ilegalidad de sus actos delictivos. Para un sector de la opinión pública, los delincuentes de cuello blanco son considerados como gente de respeto e, incluso, de admiración, por su nivel de educación, conocimiento y forma de vida.
Ello, en parte, explica la ausencia casi completa de reproche social relacionado con la condena penal de un “hombre de negocios”. Las personas involucradas en estos delitos no son tratadas como delincuentes sino como infractores o bien sospechosos.
A propósito, es imprescindiblemodificar la imagen de este tipo de criminalidad, y asociarla con los estratos sociales elevados tanto en las normas como en la aplicación de ellas. La narrativa noticiosa con la que los medios de comunicación a veces abordan esta problemática trata a estos personajes en términos de escándalos o anécdotas.
Estos relatos dependen, en buena medida, de la estética propia de cada noticiero: el relato tenderá a apelar a la emoción, a la indignación, a la ironía. El punto de vista con el que se ha tratado la corrupción, particularmente la ejecutada por ciertas élites políticas y económicas, ha configurado en las mentes de la población una profunda sensación de que se les ha quitado algo fundamental, pero, a la vez, la sospecha de que estos delincuentes muy probablemente tendrán un trato especial, distinto de la gente común; por tanto, gozarán de impunidad.
A pesar de los graves e inescrutables efectos que acarrean los delitos de cuello blanco, pesa su estrecha vinculación con el poder financiero, político osocial. El tratamiento de estos delitos es, comúnmente, diferencial, cuidadoso, complaciente, tolerante e impreciso.
Los procesos o expedientes en manos de jueces y fiscales terminan, a la postre, en el olvido, archivados o caducados, y por último impunes.
El problema, sin embargo, no solo tiene que ver con la administración de justicia. Las penas aplicadas (multas, por ejemplo) afectan a las corporaciones, lo que implica un daño al accionista, y no a los agentes, quienes son los verdaderos responsables directos de la violación a las leyes. Los accionistas terminan siendo víctimas de unos y otros.
La prevención y el castigo de este tipo de delincuentes todavía es un asunto pendiente. Es más, todavía no se ha planteado un espacio de análisis y debate sobre los posibles impactos de estos delitos en la sociedad.
CCB