La Mara Salvatrucha y el cristianismo pentecostal son dos mundos que, aunque parecieran opuestos, son similares. Ambos exigen disciplina e idolatría, y en su interior hay jerarquías que perpetúan el dominio de los hombres, el abuso y la discriminación.

Esta investigación narra las experiencias de Elvis y Flaca, dos ex pandilleros, que dejaron a la MS13 a través de la fe cristiana. Sus historias hacen evidentes las nociones que se tienen sobre la violencia, el aborto y la homosexualidad en la pandilla, en la iglesia y en El Salvador.

La pandilla Mara Salvatrucha y la Iglesia Pentecostal son dos mundos aparentemente opuestos. Un hombre, conocido como Elvis, participa en ambos: primero se vinculó a la MS13

La Mara Salvatrucha nunca fue un lugar acogedor para las mujeres: la pandilla controla sus cuerpos, su sexualidad y su comportamiento.

Un niño ambicioso

Desde pequeño Elvis ansió poder. Tenía doce años y vivía en la ciudad de Suchitoto, en el departamento de Cuscatlán, una ciudad a donde habían llegado células de las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN) – una guerrilla que surgió en la década de los 70 en El Salvador.

Ese grupo de combatientes era parte del Frente Farabundo Martí para Liberación Nacional (FMLN), la sombrilla insurgente en El Salvador, que participó en la guerra civil contra el gobierno militar durante la época de 1979 a 1992. Sus hermanos se habían enrolado en la guerrilla siendo jóvenes y Elvis ansiaba seguir sus pasos. A Elvis le fascinaba la autoridad de su hermano mayor, conocido como «Coneja», que estaba a cargo de algunos campamentos de la guerrilla y para Elvis ese poder era atractivo.

«Yo quería meterme a la guerrilla para tener un respeto, un liderazgo», asegura años después de que sus intentos fueran parcialmente frustrados.

De hecho, sus hermanos le impidieron que fuera combatiente y tuvo que conformarse con ser «oreja», un escucha que proporcionaba información a los guerrilleros de lo que sucedía con los soldados en la ciudad o llevarles comida a los campamentos insurgentes.

La guerra terminó en 1992, pero sus ganas de ser líder no. Con el tiempo se sumó a una cuadrilla de rapaces pandilleros llamada La Suchi, como el nombre de su ciudad, donde fue adquiriendo gradualmente liderazgo.

La lógica consistía en atacar a otros pandilleros en otras colonias y mantener la fidelidad hasta el aguante. Aparecieron los llamados «fierros»: los cuchillos, machetes y armas de fuego. El respeto se lo ganó a base de golpes, moretones y entrega. Pero estas pandillas locales no representaban una preocupación para el gobierno nacional, al menos hasta que la Mara Salvatrucha hizo su entrada.

La primera vez que Elvis vio a miembros de la MS13 fue para inicios de los años noventa en las discotecas de San Salvador. Ahí estaban viejos fundadores como «Cachi», «Little Man» y «Ozzy», que parecían controlar esa área conocida como la Zona Rosa. Ellos vendían droga y su presencia generaba atracción.

Esta horda de pandilleros comenzó a aparecer por todo El Salvador a partir de 1992, después de ser expatriados de Estados Unidos. Los recién llegados actuaban con seguridad y se expresaban con autoridad, lo que les ayudó a ganarse el respeto de los demás. Estos pandilleros made in USA se volvieron bastante atractivos no solo para los hombres, que querían ser como ellos, sino para las mujeres.

Tenían mucho éxito con ellas, pues la seguridad y la confianza jugaban de su lado. Según Elvis el «alucín» o aspiración de varias jóvenes era ser pareja de uno de estos deportados.

Con sus pantalones Dickies, tenis Nike Cortez y actitud irreverente maravillaron a Elvis con su estilo. A él, lo que más le llamaba la atención era ese respeto que emanaban con intensidad.

Fue así que apenas entrando a la adolescencia se brincó [inició] a la MS13. En esos días el aspirante no tenía que pasar por las pruebas de la vida y muerte que los futuros iniciados tendrían que hacer bajo el liderazgo de Elvis. Elvis tuvo que soportar golpes de sus futuros compañeros mientras el líder contaba lentamente trece segundos.

«Tomé la decisión de aquel respeto que quería obtener en la guerrilla, obtenerlo en lo que es la pandilla, eso me dio la pauta de que me metiera», explica.

Elvis considera que el respeto y liderazgo son clave para destacar en cualquier ámbito en la vida, y a su parecer se obtienen con compromiso y entrega. Por eso, durante su tiempo en la pandilla, demostró su fidelidad por medio de extorsiones, asesinatos y realizó cualquier acción requerida de su parte.

Su entrega fue tanta que se tatuó la cara con las iniciales de la pandilla. Su fervor se acompañó de violencia, sufrimiento, encierro. Acató las reglas de la pandilla y su cultura, ese conjunto de conocimientos pandilleriles que exige, entre otras cosas, controlar a las mujeres como signo de dominación y poder. La conducta sexista se volvió parte de su diario vivir.

Y hubo muchas mujeres, algo «obvio» para Elvis. Aquellos fueron tiempos de desaforados «deseos sexuales» que los satisfacían de sobra. Nadie en la pandilla se hacía responsable de una mujer, todo era impulso sexual, recuerda. Las mujeres eran un objeto de deseo nada más.

Su trato con las homegirls -mujeres en la pandilla- siempre fue diferenciado y casi no permitía su participación. Para él, ellas representaban «muchos problemas» y las veía como un riesgo. Eran el sexo débil por lo que se podían pesetear facilmente, es decir, podrían convertirse en delatoras.

Y con estas creencias se ganó el respeto y el liderazgo a pulso, al grado de controlar varias clicas y ser reconocido en todo El Salvador. Cuando se consolidó como líder o ranflero de su clica siguió obteniendo más poder hasta convertirse en un corredor de programa, es decir, en cabecilla, ya no solo de su clica, sino de un cúmulo de clicas que el mismo levantó y respaldó.

CCB